19 de enero de 2006

Viaje 18

Diego se llamaba el buen hombre que nos levantó a los tres. Tenía una camioneta grande, pero atrás llevaba un perro, uno de esos que no se cómo se escribe, pero que suena rotwailer.
Nos dijo que mejor pusiéramos todas las cosas atrás y nos sentáramos los tres adelante. Accedimos, por supuesto, después de todo era su camioneta y más importante aun, su perro. Si él nos recomendaba no compartir espacio con el animal, por algo debía ser.

Después de que el hombre bajara de la camioneta, abriera la parte trasera, calmara a perro que ladraba, guardara nuestros bártulos y los cuatro subiéramos a la camioneta, arrancamos.

Diego iba para Esquel. Justamente hacia donde íbamos. Una de esas gratas situaciones en las que las cosas comienzan a salir un poco más parecido a los deseos. Se notaba en la cara de Diego, en la forma de hablar, en su amabilidad. Se notaba que estábamos en el lugar correcto.

Desde Trelew hasta Esquel hay una cierta cantidad de kilómetros que no recuerdo y que no voy a averiguar ahora. No viene al caso. Lo relevante es que estuvimos algunas horas viajando con este hombre, contando historias, escuchando sus historias. Trabajaba para un italiano que tenía obejas y las anécdotas giraban en torno al viejo tano y cosas por el estilo.

Ya era de noche cuando nos avisa que unos cuantos kilómetros antes de llegar a Esquel tiene que pasar por la estancia de una persona a dejarle una caja a esa persona, claro, a quién iba a ser?

Si, por supuesto, no hay problema.

Entonces fuimos. Llegamos hasta una cerca con un poirtón que estaba abierto. A partir de ese portón abierto, medio como caido de costado, medio como abandonado, los tres empezamos a maquinar. Nuestras cabezas paranoides comenzaron a elucubrar. Por un momento (esto lo comentamos después, ya a salvo) estuvimos seguros de que el tipo iba a parar la camioneta en el medio de la nada y nos iba a matar. Fue el único momento en todo el viaje, desde buenos aires hasta allí, que tuve verdadero miedo.

Pero esto no tenía nada que ver con él, con el tipo. Era simplemente la situación.

La camioneta entró lentamente por un camino oscuro entre enormes árboles, apenas iluminado por las luces del vehículo. Fuimos zigzagueando así, en el medio de la nada, hasta llegar a una enorme casa que apareció como de golpe, atrás del camino de árboles. Parecía una mansión.

"Ahora vengo", dijo Diego. Y los tres nos quedamos petrificados. Hubo un silencio de dos segundos y entonces uno dijo "che, ¿saldremos vivos de esta?".

Al menos supimos que los tres compartíamos la paranoia.

Para no dejarlos así, con la duda colgando, termino:

Diego volvió a la camioneta, arrancó, recorrimos nuevamente el camino sinuoso entre la arboleda y llegamos a la ruta. Retomamos.

Enseguida nos dimos cuenta de lo absurdo que había sido el temor. Tanto que hasta se lo comentamos y Diego se divirtió bastante.

(hasta aquí llego por hoy)

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