5 de enero de 2006

Viaje 15

Todo salió bastante parecido a lo planeado.

Me desperté cerca del mediodía, con el sol en la frente. Mi mochila seguía atada a mi tobillo. Un chino cámara en mano me estaba sacando una foto. Cuando me desperté se asustó, me pidió disculpas con acento de turista y se alejó.

Mi espalda no estaba pasando por su mejor momento. Pero al menos tenía los cigarrillos que me habían sobrado de los que me habían regalado. Prendí uno.

Pasé por una verdulería para pedir alguna fruta de la que no venden. Siempre tiran algunas frutas que tienen un machucón o algo por el estilo. El verdulero, un viejo con muy buena onda, me dio una bolsa con dos duraznos, una naranja y una banana.

"¿Te gusta el melón?", me preguntó, y ante mi respuesta afirmativa me cortó medio melón.

Agradecido totalmente me alejé hasta un banco de plaza que había frente al mar. Allí descubrí que salvo los duraznos, que tenían bastante para sacar, el resto de la fruta estaba en perfecto estado. Agradecí mentalmente al verdulero y comí todo.

Después fui a la casa de Leonardo, de uno de ellos. Dejé la mochila, conversé un rato con él y me fui. Tenía varias cosas hechas, pero especialmente vendía a pedido. O sea: tenía varias pulseras, pero tenía además gran variedad de piedras y distintos estilos de engarce.

Entonces si alguna muchacha veía una pulsera que le gustaba el engarce, pero la quería con otra piedra, se la hacía en el momento.

De esta forma no perdía ninguna venta y además cada uno se llevaba exactamente lo que quería y no lo más pasable de lo que había.

Lo mismo hacía con los aros y las tobilleras.

Con ese plan empecé a recorrer las plazas. Era sábado (creo) y había mucha gente. La cosa anduvo bien. No recuerdo cuánto costaba exactamente el pasaje para Trelew, pero recuerdo que a las 5 de la tarde pasé a buscar mi mochila y me fui a la terminal de ómnibus. Recuerdo que no tenía toda la plata.

Me faltaban 5 pesos o algo así. Intenté vender a la gente que esperaba micros pero no había caso. Le vendía a la chica de la ventanilla una pulsera por dos pesos, pero todavía me faltaban 3.
Finalmente conseguí venderle dos pulseras y un par de aros a una mujer mayor que lo compró para sus nietas, que me dio 5 pesos por todo.

Compré el pasaje y me subí al micro con 2 pesos de sobra en el bolsillo.
Todo había salido a la perfección.

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