3 de enero de 2006

Viaje 14

Todos Leonardos. Los cuatro. Realmente asombroso, y poco creíble, pero 100% verdad.

Comí el sanguche, por supuesto. Y acepté varios cigarrillos más durante lo que quedaba de noche.

Surgió el tema del viaje, entonces ellos me decían que me quedara un día más, que vendiera en la costanera, en las plazas... y que juntara la plata para irme hasta Trelew, que desde allí me iba a resultar mucho más fácil hacer dedo, que pasaban camiones, etc.

El tema, les dije, era la mochila. No podía caminar por las plazas con 50 kilos subidos a mi espalda. Y no tenía donde dejarla. Uno de ellos, al instante, dijo "la dejás en mi casa y listo".

Buenísimo, la dejo ahí, pensé... pero todavía había que esperar hasta el día. "Ahora no podemos ir porque están todos durmiendo", dijo. Pero venís al mediodía y la dejás. Después la buscás a la noche y te vas para trelew.

Listo, ese fue el plan. Conversamos mucho sobre muchas cosas, sobre las vidas de cada uno, lo que nos gustaba escribir y leer, la música. Mucha conversación. El Leonardo que me había ofrecido su casa para mi mochila me dio su dirección y los tres se fueron. "¿No vas a dormir nada?", me dijo uno. "Y, no", respondí, pero ninguno de los tres se ofreció a hospedarme (recordemos que los tres vivían con sus familias).

Se fueron, dejándome el resto del paquete de puchos. Y en ese momento, cuando se fueron y volvió el silencio a la estación de servicio, noté que tenía demasiado sueño. Que no aguantaría despierto hasta mediodía. Pero el tema era dónde dormir. Y no era fácil.

La única opción era (y esto se veía venir) dormir en la calle. Pero tenía miedo de varias cosas, a saber:

Tener demasiado frío.
Que la policia me llevara.
Que me robaran la mochila.
Quedarme dormido y no encontrar al pibe para dejarle la mochila.

Entonces qué hice... y... lo único que podía hacer: tirarme a dormir en una plaza.

Lo único que hice fue atarme la mochila al tobillo. Si alguien la quería desatar, me despertaba seguro.

Y además elegí un lugar que estaba justo de frente al punto del horizonte donde salía el sol, para que la extrema claridad me despertara en algún momento de la mañana. El punto justo frente al horizonte era justamente un monumento a no sé quién. A los pies de eso me tiré, con la mochila atada al pie y con toda la esperanza y optimismo puestos en ver ese amanecer unas horas después.

(Hasta luego)

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