28 de diciembre de 2005

Viaje 11

Sonó el timbre, y claro: era Axel (tal era el nombre del amigo) con su novia.
La situación, como ya dije, era crítica: El muchacho y su chica dormirían en la cama doble de Nuria (donde habíamos tenido nuestra excelente y única y escasa noche de reencuentro). Nuría pasaba a un colchón en el suelo en el dormitorio de la amiga, que dormía, de más está decirlo, en su propia cama.

La ecuación daba un resultado cantado: quien les habla no tenía ni cama, ni colchón, ni un pedazo de frio piso donde tirarse cual trapo viejo a dormir.

La conclusión evidente era que debía irme de allí, aunque no tenía mucha idea de qué iba a hacer, hacia dónde iba a ir y cómo.

Ese día lo pasamos juntos, los cuatro. (O sea: Nuria, el amigo y la novia, y yo).

Pero al llegar la noche yo no tenía resuelto el tema, y Nuria me ofreció quedarme allí, tirando mi bolsa de dormir en el suelo del living (después de todo SI había un pedazo de frío piso).

Todos se fueron a dormir y yo me quedé despierto. Toda la noche sentado en el living de la casa de Nuria, pensando en que ella estaba del otro lado de una pared, durmiendo, sola, cuando la noche anterior habíamos dormido juntos y todo eso.

Me pasé la noche pensando y escribiendo. Le escribí 15 poemas que seguramente le habrán desgarrado el alma al otro día. Y esto lo digo en serio... me desgarraron el alma(?) a mí cuando los escribí, así que supongo que habrán surtido parecido efecto en ella.

Y digo "seguramente" porque no lo sé. Porque antes de que alguno de ellos (los que dormían en colchones) se despertara, sigilosamente, como un ladrón avergonzado, me fui... dejando el sobre con los poemas y una nota explicando que ya nada tenía que hacer allí.

Caminé un largo rato hasta cruzarme a alguien y preguntarle hacia donde estaba la ruta. Caminé luego hasta el borde de la ciudad, donde hay (como siempre) una estación de servicio, y allí comencé el solitario y paciente trámite de "hacer dedo".

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