25 de diciembre de 2005

Viaje 10

El día siguiente empezó así, bien. Ella estaba al lado, los dos con resaca pero contentos. Una extraña sensación me asaltó de repente, algo que puesto en palabras podría ser así, mas o menos: "me quedaría acá a vivir".

Ella era tan... ella, y yo me sentía tan cómodo. Todo se había dado de manera natural, casi como su fuésemos novios, como una pareja de siempre. Nos despertamos y ni siquiera sentimos el pudor de nuestros cuerpos, que suele aparecer en situaciones como esa. Al no haber tenido nunca antes esa clase de intimidad, podíamos haber sentido algún impedimento de mostrarnos así, pero no, nada. (Creo que es oportuno aclarar, aunque acaba de quedar claro, que antes, en esos dos meses que habíamos salido 6 años atrás, no habíamos "concretado").

Ella se levantó. Así, como si nada. Fue hasta el living a buscar los cigarrillos que habían quedado olvidados en el torbellino de la noche. Y recorrió esos cinco o seis metros así, muy suelta. Mirándome a los ojos, como obligándome a mirarla a los ojos, sabiendo que me resultaría imposible teniendo delante todo el resto de ella.

La cosa es que nos levantamos, nos vestimos, fuimos a la cocina a hacer mate.

Mientras tanto el trato era muy cariñoso, no sé como explicarlo.
Pasé esas horas de la mañana pensando como le diría a mi novia que me quedaba a vivir en Puerto Madryn con Nuria.

Pero entonces las cosas comenzaron a salir mal. Ella comentó que ese mismo día (ese mismísimo puto y exacto día) un amigo de ella llegaba a Puerto Madryn con la novia y que entonces no iba a tener lugar para mí. (Recuerden que yo caí sin avisar, que ella me dijo que fuera, pero nunca habíamos arreglado una fecha)

El amigo llegaba ese día.

El idilio había durado menos de 24 horas.

Bueno me dije, al menos todavía no llegó... tal vez tenga todavía el resto del día para disfrutar, para pensar qué hacer.

Cosas por el estilo pensaba cuando sonó el timbre. El agua para el mate todavía no estaba a punto.

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