21 de septiembre de 2007

Uruguay 2

Al despertar más tarde estaba demasiado transpirado como para hacer alguna cosa que no fuera bañarme. Busqué una toalla y me fui al baño que, obviamente, era compartido.
Al llegar allí y estar mojado bajo la ducha noté que no había jabón, lo cual me pareció lo más acertado. Pero yo no tenía jabón, ni shampú, ni nada. Anoté mentalmente para comprar esas cosas, y papel higiénico y dentifrico y así.
Salí del baño absolutamente recuperado. Serían las 4 de la tarde. Entré en la habitación y me puse unos cortos. Me senté en la ventana (en ese espacio delante de la ventana, que sirve de estante y no sé cómo se llama). Y ahí, mirando la gente pasar, mirando el árbol que casi tocaba mi cara, me fumé un cigarrillo. Uno de los pocos cigarrillos de verdad que me quedaban, ya que al acabarse ese paquete pasé irremediablemente a los armados, que eran mucho más baratos.
Después saqué del bolso la máquina de escribir. Si, me había llevado de Buenos Aires la máquina de escribir y, por supuesto, hojas blancas.
Puse una hoja y empecé a escribir. Claro, se hace difícil olvidar a alguien hablando de que querés olvidar a alquien. Pero justamente uno de los síntomas de no poder olvidar a alguien es que uno no olvida a ese alguien.
Entonces escribí poemas.
Consejo gratis: no escribir poemas para la exnovia que lo dejó a uno y que uno quiere olvidar a tal punto que se va a otro país.
Pero bueno, era lo que se podía hacer en ese día, ese día que venía durando bastante y que todavía iba a durar un poco más.

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