21 de septiembre de 2007

Uruguay 1

En noviembre de un año que está bastante atrás decidí viajar a Montevideo y quedarme. O sea, decidí irme a vivir a Montevideo. Hablé por teléfono con Diego, un amigo que vivía allí hacía años y arreglé todo. Después hice cosas, unos trabajos, no sé, no recuerdo exactamente qué, pero me junté con un dinero para viajar y para arrancar allá.
La idea, que en parte de llevó a cabo, era conseguir unos alumnos de matemática para ganar unos pesos y después ver.

Llegué una mañana, temprano, a la terminal Tres Cruces y tomé un taxi hasta la casa de Diego. Aquel día me quedé en su casa, que alquilaba compartiendo con otras dos personas. Dos pibes que eran de Tacuarembó y estaban en Motevideo, uno de ellos estudiando y el otro trabajando.

Al día siguiente me instalé en una pensión, en la calle Zelmar Michelini. Mi habitación daba a la calle, en un primer piso, exactamente a las ramas de un árbol enorme que crecía frente a la puerta de la pensión.

El primer día en la pensión llegué, hacía mucho calor, recuerdo un calor exagerado, una insoportabilidad de estar. Entré en la habitación, me quité la ropa y me tiré en la cama a pensar. Dos días atrás había dejado a mi familia otra vez y tenía por delante varios desafíos. Conseguir dinero, el más urgente, olvidar a María, el más complicado.

Con esas ideas en la cabeza y con el calor castigándome por sobre todo, logré dormir... eran las 9 de la mañana de un día que prometía ser la antesala de muchos.

1 comentario:

Cristian dijo...

Montevideo es una ciudad hermosa para conocer. alquilo una casa en montevideo desde hace un tiempo que me permite estar en esa ciudad y disfrutar de la paz y el descanso que el país de Oriente tiene