9 de abril de 2006

Uruguay 3

Vieron como es esto: uno recuerda algunas cosas, casi nunca todo, o recuerda casi todo, pero entonces se mezclan los tiempos. Es me pasó.

Si alguno viene de leer las dos primeras partes, sepa que hay un error. Al llegar a Montevideo, el día que llegué, me fui a la casa de Diego. Pero él no se fue hasta pasadas dos semanas. En esas dos semanas estuve en una pensión.

En la calle Zelmar Michelini estaba este lugar donde pagué bastante de la plata que cobré por adelantado a la novia de mi amigo. Mi lugar era una habitación con una cama, un placard, una mesa y una silla.

Era tan pequeño y tan parecido a lo que había imaginado al salir de Buenos Aires que me emocionó al vivirlo y me pone piel de gallina ahora al recordarlo.

El dueño me mostró donde estaba el baño, donde podía dejar la bicicleta (me la prestó el pibe al que le iba a dar clases de matemática, Gastón) y me dió la llave.

Este era el segundo día en Montevideo. Entré en mi habitación, me senté en la cama y saqué las cosas de la mochila. Tenía un reloj despertador a cuerda con dos enormes campanillas (mis habitos noctámbulos y mi pesado sueño me obligaban a tener un despertador que REALMENTE sonara). Tenía un block de hojas blancas para meter en la maquina de escribir. Y por supuesto, tenía una máquina de escribir.

Era cerca del mediodía del segundo día en Uruguay. Escribí un poema para la mujer que todavía amaba y me fui a buscar algo para almorzar. Todavía quedaba dinero en el bolsillo.

No hay comentarios.: