28 de octubre de 2005

Viaje 2

Sucedió todo bastante parecido a lo planeado, con algunas inevitables y bienvenidas escepciones. estuve toda la mañana armando aros y pulseras y tobilleras hasta que el sol pegaba demasiado fuerte y se dificultaba encontrar una mesa del cámping a la sombra y además las manos y en especial las puntas de los dedos dolían demasiado.

Guardé todo en la carpa, que ya había armado, y me fui para el pueblo o ciudad, en busca de una plaza. En ella, la plaza, encontré un lindo lugar donde desplegué una tela azul oscura (donde el plateado de la alpaca resalta muy bien) y desparramé en un planificado azar las artesanías por sobre ella.

Pasé unos quince minutos de inactividad absoluta y decidí que así no conseguiría nada. La gente, a veces, es un poco vaga. Hay que acercarse hasta ellos.

Dediqué casi media hora a colocar cada objeto en uno de los ganchitos preparados para tal fin en otra tela, también azul oscuro, que estaba tensada en un bastidor de madera.
Me fumé un pucho, parissiennes, para ser más exacto, y empecé a caminar por los senderos de la plaza y luego por las veredas de la ciudad, por otra plaza y así.

-Buenos días (tardes, noches), quiere ver unas artesanías?

o la versión joven y adolescente:

-Hola.

En definitiva la estrategia dio resultado, el trabajo de la mañana extenuante bajo el sol dio sus frutos y me volví alegre y silbando bajito caminando con el paso de los que saben que son ganadores (por un día) de su propia dignidad.

Tenía en el bolsillo 15 pesos. El camping costaba 5 por día y yo me iba al otro día.

Las cosas dificilmente podían estar mejor. Me acordé de mi novia, que se había quedado en Buenos Aires.
En su honor me compré una cerveza y un sanguche de milanesa, con lechuga y tomate.

Eran las 7 de la tarde.

(continua...)

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